7 may 2012

ESA OTRA PIEL

Hay un solo lugar desde el que puedo observar la noche, el éter. Lo hago en ese instante en que el mundo de los hechos reales baja su persiana, porque las huellas diurnas ya se han borrado y me alimenta una curiosa agitación por la oscuridad. Mientras la radio bosteza un saxo, por el vidrio ruedan lágrimas de un atardecer garuado, caen desde su temblor envueltas en corcheas.

Elijo lo oscuro para volar, harto de pasos perdidos entre la luz del día prefiero mi surco en el viento nocturno. Desde el espacio observo los límites del alba como algo no deseado; mis utopías, contenidas hasta entonces, se declaran en rebeldía. En la noche de los tiempos cada estrella es un sonido que vibra en el universo de los deseos y se agita en espuma sobre los sueños, o los temores.
Esta noche es una y única, aquí me acompaña una luna a la que se le da por estimular mareas y remover aromas de licores olvidados. Hay una quietud temblorosa entre las grietas de lo nocturno, allí donde le brotan nubes a los deseos y se filtran conjuros brujos que, en puntitas de pie, van en busca de un renacer en el alba tras haber agonizado una vez más por culpa de ese capricho eterno, esa costumbre que tienen los humanos de matar a la muerte humedeciendo a besos la piel del otro.
Vuelo para quedarme en el vuelo, no busco una excusa en el volar. ¿Habré dejado parte de mis alas en cada surco invisible, en cada curva del aire? De ser así me vuelven remozadas, el azul profundo de lo infinito me las muestra blancas en su diferente blancor. Mi vuelo es perfecto en su desorden, hoy dejo algo de mí en cada aleteo así como he dejado trozos de piel sobre la piel de aquellas que me amaron.

S
er alado es un destino.
No se inventa, no se encuentra. Estalla desde los poros con arrojo propio para sobrevolar el aliento de la noche, lejos del rocío, ausente de la delicada premura de las lloviznas. De noche se me da por cabalgar sobre mi propia espera, porque siento en el plateado antojo de los astros un rumor a nostalgias buenas por venir. Y cuando llego al borde del alba dejo mi piel junto a la luz, allí donde se acunan un timón, una pupila y una quimera.

Una noche a la radio se le dió por disparar un saxo. Y me quedé pegado a su sonido. Y salió esto que salió.
La música es de Osvaldo Montes, pertenece a la película argentina "El lado oscuro del corazón", del gran cineasta Eliseo Subiela

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