Estar con él era sentirme segura,
sus manos eran la cura para todas mis heridas y su cuerpo mi refugio.
Quería que me amara y así lo hizo,
cada día,
cada hora,
primaveras e inviernos.
Creí que sería para siempre,
que nos podíamos amar sin contratiempos,
sin miedos ni trampas,
pero la vida a veces te pone mala cara y justo cuando eres plenamente feliz te la arranca;
entonces el amor se vuelve nada,
se hunde en el océano profundo del olvido,
las traiciones y mentiras,
se hace añicos con los años,
llega la costumbre y la monotonía formando una barrera que sola no puedes transpasarla,
llegan otros cuerpos y otros labios extraños a usurpar espacios,
a robar caricias y desviar miradas.
Los ojos del hombre que tanto me amó giraron hacia otro lado y se olvidó de verme a mi,
de quererme a mi...
de pensar en mi.
Estar con él fue lo mejor que me ha pasado,
fue una historia bonita
en la que hubo un antes después de tanta ira,
hubo mucho amor,
pasión y sonrisas antes de lágrimas de dolor.
No lo culpo por dejarme de amar,
pero debió ser sincero antes de clavarle a mi corazón un puñal;
tal vez doliera menos esto de soltar,
soltar a quien tanto me amó,
a quien sigo amando yo,
pero dejar de amarme así de pronto no logra aún comprenderlo el corazón.
Si tan solo hubiera hablado conmigo,
juntos hubiéramos tratado de levantar el amor que estaba colapsando,
quizá mi cuerpo hoy no desearía sentirlo cerca;
tal vez mi piel no guardara en su memoria sus caricias y no sintiera el calor que me invade cada madrugada;
tal vez no desearía volver a sentir sus manos hundiéndose en mi ser ni recordara sus labios...
esos que tanto besaron mi espalda...
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